Tú sí que me recuerdas cosas, Silvio
No vino porque no pudo o no quiso. Tampoco es que pusiera especial empeño en saber cuál de los dos verbos pesó más entonces. Demasiado miedo para confirmar que fue el segundo. Demasiado para asumir que ya casi todas las conjugaciones son en pretérito frente a un futuro imperfecto.
Acaso soñaba, no con serpientes como Silvio, sino con que, de estar juntos, su mano se desvanecería y rozaría la mía, aunque por casualidad fuera. Ojalá. Nunca mejor dicho. Luego, cuando la vida nos marcó con tiza distintos caminos, coincidimos en otro de sus conciertos, pero ya era tarde para que esas líneas convergieran en un punto.
Ella ya no me recordaba entonces las calles de la Habana Vieja, pero cuando, afortunado de mi, pude estar junto a esa catedral sumergida en su baño de tejas, acaso fui más consciente de que Silvio no solo me dio una canción. Me regaló algunos de los momentos más inolvidables de estos ratos sumados que llaman existencia.
Hasta una vez me enamoré de una mujer a quien no llegué a conocer, así es uno, y también él revoloteaba sobre esos apuntes de amor que se quedaron en un doloroso borrador. Crees que aquellas ilusiones darían para una bella canción de Silvio y, al final, pones la radio y sale Melendi. Lo que viene a ser, mismamente, la puta vida.