Adentrarse en los misterios del cante, tratar de desentrañar sus complejidades, y profundizar en sus estilos es, a su vez, asumir que, cuando crees entender de este arte, ese bagaje del que te has nutrido abre otra multitud de puertas que delatan la vasta ignorancia. Si hay un palo que ejemplifica la riqueza, la variedad, el matiz y el valor de lo autóctono es el fandango y sus muchos derivados.
Desde sus distintos orígenes geográficos, aun dentro de la misma tierra onubense, al contenido de sus letras, fandangos de cacería, por ejemplo, o aquellos con sello personal que dejaron poso en la historia como los del Niño Gloria o Caracol (por reducir una lista prolija) el fandango atesora tantas aristas que personificarlo bien puede antojarse una osadía. No lo es tanto cuando se vincula a su patria de origen, esa Huelva “sal y sol de Andalucía” como reza una letra fandanguera.
Si el flamenco tiene mucho de liturgia, y es indudable que así es, baste decir que Paco Toronjo llevaba sobre sus espaldas el apelativo del Papa del fandango de Huelva. Nacer y morir en Alosno, con esa calle Real que universalizara Camarón, tiene que ver mucho en ello. Cuna de un palo que la ortodoxia tiene por pequeño, pero que en la voz de Toronjo y otros tantos se hizo grande.
Centro neurálgico del folclore de una comarca como el Campo de Andévalo en que cada uno de sus pueblos, ya sea El Cerro, Valverde, Cabezas Rubias o Calaña, exhibe con comprensible orgullo su propio fandango. Toronjo (Francisco Antonio Gómez Arreciado en la fe de bautismo) fue volcánico en su cante, sin contención, visceral y, una vez se arrancaba, se diría ajeno al mundo que le rodeaba.
Su entrega se correspondía a la perfección con esa voz desgarrada aunque no faltó quien interpretara esa actitud ante el cante, muy vinculada a los embates que tuvo en su vida, como una agresión al purismo del fandango. Otro fandanguero ilustre, y buen amigo de Paco, salía al paso de estas objeciones.
“Su cante, escribía El Cabrero, es puro paisaje, sin contaminación; fandangos que antes sonaban folclóricos él los engrandeció y los hizo flamencos en su voz, sin desvirtuarlos ni restarles sabor. Si Paco no hubiera existido, seguro que el fandango de Huelva nunca hubiera tenido la dimensión que él le dio. Y, sin embargo, he tenido que escuchar, más de una vez, en su propia tierra, allá por los 80, a algunos aspirantes a cantaores, que se quedaron en el intento, decir que Paco había desvirtuao el fandango… que no lo hacía como era… que a veces no lo cuadraba”…
Y remataba con una frase que Toronjo le espetó a un espectador que le afeó beber whisky en el escenario: “Aquí, los tontos ¿a qué hora se acuestan