No era otra que Rosa la Papera, madre de Antonia Gilabert Vargas. Pocos apodos flamencos, y los hay para elegir, hacen mayor justicia que el de Perla de Cádiz, con el que pasó a la historia del cante. Si a veces la genética es caprichosa, en el caso de Antonia (su padre fue el reputado tocaor Juan Gilabert), fue más que digna heredera de su estirpe. Sabor gaditano en estado puro.
Profeta en su tierra, con monumento en su honor incluido en la calle Plocia de su barrio de Santa María. Reverenciada por los más grandes, principalmente por ese Camarón que la tenía por madrina, y reconocida en su corta vida (falleció de un cáncer de mama con apenas 50 años) como una estrella del flamenco, a pesar de grabar poco, la Perla impartió magisterio en general y en los palos de su tierra en particular. Fue ella quien, en uno de los capítulos de esa joya audiovisual que es la serie Rito y geografía del cante, sostenía que el cante lo hace grande o chico quien lo ejecuta.
Antonia Gilabert sostenía que el cante lo hacía grande o lo hacía chico quien lo ejecutaba y ella predicó con el ejemplo en la primera categoría
La Perla de Cádiz predicó con el ejemplo en el primer supuesto. Basta el deleite de esos aires festeros y ese admirable compás para calibrar la grandeza de ese cante que, como aseguraba el flamencólogo Félix Rodríguez, “lo llevaba en la sangre más que en la cabeza”. La brillante trayectoria de Antonia, jalonada de premios de relumbrón, mención especial el premio de bulerías de Jerez en 1962 que consagró a Fernando Terremoto y a Paco de Lucía, también se trasladó a los principales tablaos de Sevilla o Madrid.
En 1960 debuta en Zambra en la capital junto a cantaores consagrados como Manolo Vargas, Pericón, Rafael Romero o Juan Varea. Tres años después Manolo Caracol le contrata para la inauguración de Los Canasteros. El cuadro del tablao deslumbra: la Perla, Fernando Terremoto, su entonces jovencísima sobrina María Vargas y los guitarristas Melchor de Marchena y Paco Cepero. Caracol, de esto del flamenco, algo sabía. Claro que nunca anduvo en los escenarios mal acompañada.
Un año antes (1972) de ser diagnosticado ese maldito tumor desgrana su arte en Torres Bermejas con Camarón (juntos en la foto), José Mercé, Rancapino, Cepero y Habichuela, entre otros. Durante cuatro años ella misma regentó su propia venta-tablao: La Perla de Cai, en Valdelagrana (Puerto de Santa María) por la que pasaron las más grandes figuras del flamenco entre quienes Antonia Gilabert Vargas ocupa lugar preeminente.