"Sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya y a Rafael el Gallo"; así la definía un tal Federico García Lorca que le propuso como paradigma de la cantaora con duende.
Más allá de los reconocimientos líricos u oficiales (sin olvidar la loable labor realizada por el Centro Andaluz de Flamenco para recopilar toda su obra) en su cante, y en un arte tan dado a los excesos de filias y fobias, converge casi la unanimidad. Pastora ha sido la voz femenina más grande que ha alumbrado el flamenco. “En ella encontré absolutamente todos los atributos que necesito para levitar cuando escucho cantar”. Palabra de Mayte Martín, devota de Pastora.
Fue la niña sevillana (debutó con apenas nueve años) oro puro en la época dorada del flamenco, en esos tiempos de cafés cantantes que reunían a artistas de diverso pelaje, auténticos y presuntos, y que conformaban un microcosmos cromático en un país rancio y gris. La vida de Pastora apuntaló aún más el mito.
"Sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya y a Rafael el Gallo"; así la definía un tal Federico García Lorca que le propuso como paradigma de la cantaora con duende
Vivió amoríos con Manuel Torre (que bien merecerá un retrato) y se casó con Pepe Pinto muy a principios de los años 30 (los datos varían entre el 31 y el 33) en el barrio de La Macarena, una pareja de campanillas tanto en lo sentimental como en lo artístico.
Juntos, en el año 1949, emprendieron la gira ‘España y su cantaora’, unos dicen que con éxito y otros lo contrario, pero lo cierto es que, a partir de la década de los cincuenta (las grabaciones recopiladas en 2004 abarcan desde 2010 justo hasta ese año) la Niña de los Peines se bate en retirada. Su legado es tan inmenso y la bibliografía tan abundante que no hay retrato mejor que escucharla y dejarse llevar.
Por si no fuera suficiente aportar estas palabras de cierre del hechizado Lorca: "Entonces, La Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende".